lunes, 15 de diciembre de 2008

Alucinación del docente?, no, trampa real

Reportaje original en http://www.moffatt.com.ar

ALFREDO MOFFATT    Reportaje de Héctor González

Revista "La educación en nuestras manos" de SUTEBA



¿Cómo ve la problemática de la vio­lencia en la escuela?

Alfredo Moffatt: El mundo ha per­dido posibilidades de simbolización, es decir de acuerdos, de proyectos, que es lo que hace que el hombre sea distinto del animal. Es un mundo des-simbolizado, en el sentido de que vale más la acción que la palabra. La palabra es­tá devaluada, nadie cree en ella, entonces lo que sucede son acciones agresivas, desconcertantes.

El humano pertenece a dos sistemas. Uno es el sistema del cuerpo y sus acciones como pelearse, hacer el amor, el trabajo físico. Son cosas que tienen que ver con los movimientos. Las situa­ciones angustiantes muchas veces dan lugar, especialmente en la adolescen­cia, a un comportamiento donde esa angustia sale, se expresa a través del mundo corporal, sobre todo como violencia. La otra na­turaleza del hombre es que tiene men­te, capacidad de simbolización. Son naturalezas, sistemas distintos.


Por ejemplo, el soldado está adies­trado para la acción: se le dice que no piense, es jodido pensar en un cuartel, no discute, no piensa, sólo hace.

En cambio la escuela es lo contrario al cuartel, es el lugar de lo simbólico, de la palabra. La palabra pertenece a ese otro aspecto humano que es la capacidad de inter­cambiar símbolos, de dialogar, de trabajar con abstracciones. A los maestros los mandan a la escuela como mandaban a los chicos a Malvinas, a pelear con borceguíes de cartón. La escuela está orga­nizada para la transmisión y el aprendizaje de la palabra. Es un lugar donde la gente tiene que estar con el cuerpo quieto y la mente atenta, incorporando el mundo simbólico, el del pensamiento. En ese mundo organizado para lo simbólico aparece una po­blación muy incluida en el mundo violento, cargado de acción, donde la palabra está devaluada, tiene otro tipo de interacción como es la acción y expresa su frustración con la violencia. Al docente se le plantea una situación bastante difícil. Se me ocurre como broma  escribir un artículo cuyo título sea "Técnicas defensivas de karate para defenderse de los alumnos". El maestro se ve hoy incluido en un mundo desconcertante, un mundo que no maneja; porque está entrenado para el símbolo y no para la acción. Si en la escuela, que es el lugar de transmisión de lo simbólico aparece la acción, es algo que rompe. La acción en una escuela es como un zorro en un gallinero, se puede resolver, pero ya es un destrozo porque hoy la escuela no usa los controles convencionales, por ejemplo tantas amonestaciones si contestaba mal o tiraba una tiza al pizarrón. Las transgresiones más graves de antes serían hoy inimputables; patear a una profesora en la cabeza, pelearse con cuchillos, matarse entre ellos o no tomar ninguna de las instrucciones del profesor, él explica y ellos están conversando o haciendo otra cosa. El docente está formado para una realidad donde la escuela existía como espacio pedagógico, es decir, donde al­guien venía deseoso de aprender los símbolos. Esa formación no ha sido cambiada, no le han enseñado karate psicológico como para poder manejar esto que hoy pasa. Llegan desarmados a la escuela como los chicos que fue­ron a las Malvinas. Iban al frío a pelear con borceguíes de cartón. Los maes­tros actuales están en una situación así. Están formados con unas normativas operacionales de 30 ó 40 años de antiguedad, donde las blancas palomitas llamadas por una campanita, entraban a la es­cuela para recibir el amor de la maestra. Bueno, hoy, las palomitas están to­das revolcadas, sin plumas, la cam­pana se la afanaron, y la maestra está con los pelos parados, desesperada. Creo que hay que ser medio héroe pa­ra ser maestro en estos momentos.

P: ¿En qué medida puede la escue­la enfrentar esta situación?

A. M.: Si la institución escolar no modifica algunos de sus "modus ope­randi", no va a poder contener a una po­blación de chicos que vienen vio­lentos porque la sociedad se ha conver­tido en violenta. La sociedad entera ha perdido las ideologías y los ideales. Que se pierdan las ideologías en última instancia no es tan grave, pe­ro cuando se pierden los ideales sí, porque son los que organizan el mundo simbólico en donde hay metas. Si no hay metas no hay más que presente y en el presente hay acción. El presen­tismo menemista era justamente muy eficiente porque podía cambiar de un día para otro cualquier cosa que dijera porque "era pragmático". En reali­dad era una presentidad animal, sin recuerdos ni proyectos que desorientaba a todos.

Ahora todo está armado en base a la especulación, al individualismo com­petitivo, que impide lo grupal, que im­pide lo esperanzado. Porque la ganan­cia no tiene historicidad, un billete de 100 dólares no es un proyecto, es una capacidad de canjearlo por un objeto pero no tiene que ver con la esperanza.

En este contexto, el Estado no toma en cuenta lo que significan estas condi­ciones difíciles y hace una reforma. Es el peor momento. Es como si en un buque en medio de una tempestad empiezan a cambiar los mástiles de lugar. Es absur­do pero le sirve al gobierno como una fantasía de que están haciendo algo.

P: Uno de los pilares de esta refor­ma en la provincia de Buenos Aires la ruptura de la estructura del sistema, con la consi­guiente irrupción de los adolescentes en la hasta ahora escuela primaria, ¿cómo ve esto?.

A.M: Los chicos viven a los 12 años una época muy difícil que es la irrupción del terremoto hormonal de la pubertad. De golpe el mundo imagina­rio infantil pasa a ser el mundo de lo real, de lo concreto; aparece la sexuali­dad como exigencia energética concre­ta. Antes de ese momento la sexualidad estaba a nivel de la libido, de lo imagina­rio -es decir- con el osito la nena se arre­glaba pero después de la pubertad apa­rece la presencia de lo real. En pocos meses el humano cambia de ese mundo mágico infantil, de lo imaginativo, del juego, al mundo de lo concreto, donde la sexualidad y las hormonas le exigen el contacto con otros. Es un momento de despersonalización, entra en el mundo de acción de la vida, es una situación muy brusca, que a veces los adultos olvida­mos porque fue muy traumática. Esa sensación de desconcierto, de haber aprendido todas las respuestas a las preguntas de la infancia y de pronto en dos, tres meses, nos cambiaron todas las preguntas. Y con esas respuestas de niño, ¿qué hago?.

Estos chicos inmersos en un país donde la palabra es deva­luada y la acción valorada, atravesando el momento de des­personalización más traumatizante de toda su vida, cuando entran a un lugar con un congelamiento de técnicas de ha­ce 40 años, se les hace muy difícil de sostener; los maestros no tienen defensas a menos que se cambien algunas cosas. La escuela está indefensa. Y el go­bierno no lo quiere reconocer por una cosa muy sencilla, porque es el gobier­no el que produce ese "presentismo" agresivo. No puede existir un estudio honesto sobre esto desde el Estado, como no lo puede haber sobre los chicos de la calle, porque si se van a buscar las causas es por el sistema económico que destruye las familias. Sistema eco­nómico que impone este gobierno. Entonces Atilio Alvarez, el Secretario de Minoridad y la Familia, sale diciendo que los chicos de la calle son conse­cuencia de las chicas de la calle que quedan embarazadas; es genial: nacie­ron de un repollo y se siguen reprodu­ciendo, nada tiene que ver el sistema económico.



P.: ¿Se puede hacer- algo?

A.M.: Siempre se puede hacer al­go. Lo principal es tomar conciencia de es­to. No es algo que le pasa al docente sino que está metido en una trampa.

Lo primero que tiene que hacer es trabajar lo que se llama la contra-transferencia. Es decir, qué le pasa con la violencia. Le pueden pasar muchas cosas: quedar paralizado; volverse vio­lento él también, se controla porque no les puede pegar pero queda contraído; puede producirle tristeza, sensa­ción de impotencia, de desvalorización por quedar desautorizado y deprimir­se; quizás ponerse paranoico en el sen­tido de que lo van a agredir (por ejemplo tiene mucho miedo de que un chico lleve un cuchillo y eso condiciona toda la clase, llevándolo a ponerle notas al­tas a ese niño que lo puede agredir con una navaja), pero eso está en su mente más que nada.

Le pueden pasar muchas cosas. Lo que seguro le va a pasar es una situa­ción de contracción crónica que se lla­ma stress que le va a hacer reventar al­gún órgano, posiblemente la garganta. O le puede producir una situación de frustración grande, de confusión y ha­ce lo que se llamaba antes un "surme­nage". Ser consciente no significa que se modifique, pero permite ver cómo se trabaja eso. Además cuando se con­scientiza, eso que a uno le pasa baja; no hacerlo hace que el síntoma crudo aumente su malignidad psicoló­gica. En síntesis que se dé cuenta qué le pasa con lo que pasa, para que no haga la misma estrategia que hace otra maestra, por que a ella le pasa otra cosa. Es tratar de saber qué me pasa al ver un chico drogado, por ejemplo, porque también puedo sentir impotencia exa­gerada. Tomar distancia es el consejo y evitar lo que se llama quedar pegado. Hay una situa­ción de violencia y de pronto siente que quiere retorcerle el cuello. Darse cuenta, to­mar distancia en el momento, se puede hacer y se llama disociación. Al mirarse a sí mismo, pensamos "éste me está sacando", verlo impide que se convierta en síntoma. Uno hace consciente lo que le pasa y aunque después sigue pasando, es de otra manera.

Recomiendo también que el docente vea la clase como un grupo, porque los que están en una cla­se actúan en estructura. Hay un niño que se porta mal pero hay alrede­dor quienes le proponen eso, o ese chi­co haciendo tal cosa consigue cierto prestigio en el grupo. El problema es que al docente le han enseñado a leer caso por caso. Caso por caso, manejándose con palabras, y buscando la con­servación de lo dicho. Pero el aprendi­zaje es lo dicho más lo que el chico propone, no repetición de lo dicho, y sólo palabra. Los paradigmas tienen que ser grupales, incluyendo el cuerpo y la acción más lo ya existen­te en el alumno. Claro... una maestra me va a decir "yo no soy especialista en grupos", pero hay que tratar de ver más el fenómeno grupal, ver cómo interac­túan entre ellos, porque por allí hay lí­deres que si se los capta todos los de­más van detrás.

Y después, por supuesto hacer inte­resante el tema de estudio. La idea es que responda a alguna necesidad de los chicos, sería pescar y trabajar con el deseo del alumno. Claro, es difícil, porque a lo mejor uno les pregunta ¿qué quieren hacer? y ellos dicen "nada...". Es trabajar con lo que le pasa al otro, no con lo que uno va a imponer sino con lo que va a escuchar. Es verdad que los chicos están apáticos, es que están sorprendidos. Creo que ser adolescente en este momento es insalubre. Ser adolescente es entrar a un mundo que uno respeta. Y este mundo no se respeta a sí mismo. Estamos en una crisis pero tampoco hay que desesperarse demasiado. Esto es importante decirlo porque  una crisis es también un momento de cambio y yo apuesto a que el cambio sea para mejor.

C: Al docente le resulta difícil trabajar con chicos inmersos en este clima de violencia ¿Qué tendría que saber?

A. M.: El lenguaje de los chicos es la acción, yo lo he visto con chicos de la calle, que tienen muy exagerado ese modo de comunicación. Una patada según como sea dada quiere decir "andate", "quereme" o "esperá un cachito'. El maestro ve sólo una patada, pero entre los chicos son acciones significantes. Entonces es empezar a aprender también qué quiere decir lo que hace, porque si sólo estamos atentos a la palabra nos quedamos fuera del mundo simbolizante del chico que son las acciones simbolizantes. Los primitivos, los delincuentes y los locos, tienen mucha interacción es base a actos. En cambio la maestra tiene una atención en la palabra, de pronto ve todo un pre-caos ­donde hay en realidad formas muy primitivas de comunicación.

Es difícil pero por lo menos la maestra tiene que saber que eso tendría que saberlo y no lo sabe. Tendría que saber trabajar grupalmente, tendría que saber trabajar con lo que se llama su contra-transferencia, con lo que le pasa, tendría que saber trabajar con algo que tenga que ver con el mundo del chico, tendría que saber leer lo gestual. Y no lo sabe. Por lo menos saber todo lo que no le han enseñado y es específico para eso. La mandaron a pelear a las Malvinas con un rifle sin mira telescópica, de modo que tiene que acercarse a 5 metros para darle al inglés, con botas de cartón en un lugar de trincheras y agua. Que sea conciente que está peleando en muy malas condiciones desde la estructura y las consignas de las autoridades educativas, que son absolutamente inadecuadas, a-históricas, estereotipadas. Que sepa esto ya es importante porque puede en algún momento sentir que es ella la que no puede. La situación que se está viviendo no es una alucinación del docente. Es una trampa real.

Autoridad o autoritarismo

En una situación confusional como la actual es muy peligroso retirarse de la obligación de la escuela que es generar un universo normativo. Exagerando, yo volvería a las amonestaciones correctas, la fila, el or­den, porque eso genera como un universo ordena­do en un momento de mucha confusión y desor­ganización. Es como un paciente, que cuando está en confusión se le dice "usted va a venir de tal hora a tal hora, va a hacer tal o cual cosa". Y no es autoritarismo sino que es reinstalar el mundo de la organización, porque la no orga­nización es locura. En ese sentido estoy de acuerdo con que la escuela tenga una estructu­ra normativa, flexible, interesante, que no sea antigua, con acuerdos de normas a cumplir, porque es psicológicamente protector, lo contrario genera mucha angustia. Lo que pasa es que la dictadura militar fue tan autoritaria y tan cruel que hi­zo confundir autoridad con autoritarismo. La autoridad es una cosa que organiza la vida, todo organismo vivo, y una escuela es un organismo vivo, tiene que tener nor­mas que hagan posible su funcionamiento. Lo que suce­de es que después del proceso militar fue tan loco el po­der, que quedó desprestigiado y desvalorizado todo lo que sea norma. Eso permitió toda la impunidad que sucedió después. Que se puedan matar a 30.000 personas y no ir presos hace que nadie más pueda ir preso por nada. Hasta que no vayan pre­sos esos que mataron a 30.000, un tipo puede decir: "yo ma­té a 4 personas nada más, ¿me van a meter preso a mí?". Y entonces apareció la corrupción que es la de­sintegración social. Si ca­da tanto un juez es puesto preso, o la policía roba o mata, eso es algo paradojal; si me asalta la policía ¿a quién voy a llamar para que me defienda? ¿a los ladrones?. La es­cuela tiene que reorganizar. Reorga­nizar jerarquías que son no por autoritaris­mo sino por responsabilidad de experiencia. El que tiene más experiencia debe tener más responsabilidad en la conducción. Cualquier tipo de "laissez-faire" en este momento es muy peligroso.

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